Director: Yasujirô Ozu
Actores: Chishû Ryû, Chieko Higashiyama, Setsuko Hara
Duración: 136 minutos
País: Japón
Año: 1953
¿No es la vida...?
¿...como se retrata en esta película? ¿Con hijos muy ocupados en sus trabajos para atender a sus viejos padres, viajes que no resultan tan placenteros como esperábamos, un ritmo vertiginoso que pronto desplaza a las viejas costumbres, futuros prometedores incumplidos o parientes que parecen más interesados en la ropa heredada que dejaron los muertos más que en los muertos mismos?
Esa impresión, me parece, solamente la logra el arte mayúsculo. Uno, al mismo tiempo, universal y personal, que además, no caduca. Mi ignorancia me había ocultado la obra de Yasujirô Ozu hasta que afortunadamente en un ciclo de cine japonés reciente me topé con ella. Sin duda que su ritmo es muy distinto al cine contemporáneo e incluso puede bordear en algo "aburrido" (sí, con tal vez demasiada insolencia debo decirlo), pero eso no me importó porque mientras la veía y una vez que acabé de hacerlo, tenía una sensación que casi nunca alcanzo mediante el séptimo arte. Aquí hay belleza. Humanidad. Melancolía. Resignación. Honestidad. Arte. Además de increíble maestría en los ejecutantes.
Ozu tiene un estilo propio y eso es patente a los pocos minutos del filme. Primero que nada, su cámara es fija, prácticamente nunca se mueve y en ella encuadra imágenes con una organización meticulosa y formas geométricas fácilmente reconocibles que dotan a la composición de una profundidad pocas veces vista. Crea patrones o estructuras. Incluso encuadra a los actores usando la escenografía. Parece obsesivo en su diseño y eso es algo que me gustó mucho. Las cosas están ahí por un motivo. También suele contrastar dos temas de manera visual muy tersamente y la manera en que retrata a las personas hablando es muy inusual: las pone exactamente de frente. En algún lado leí que eso lo hacía para que pareciera que se están confesando. Lo logra. Es una conexión muy directa, casi incómoda. Otra característica distintiva (nótese que ya van varias y que muchos directores nunca desarrollan un estilo reconocible) es que a veces coloca la cámara a la altura del suelo (a esta técnica se le llama tatami shot). Ella y los demás encuadres, me dieron la sensación de cercanía, contemplación y reflexividad (¿nostalgia?), porque además, varias veces pone una escena sin personas y cuando estas sí salen, primero vemos la escenografía y después aparecen los personajes y a veces estos se van y la toma sigue unos segundos más mostrando el lugar.
Otros que son memorables son Chishû Ryû y Setsuko Hara. El primero interpreta a un abuelo (impresionante el dato de que hizo el papel cuando tenía menos de 50 años) que acepta que la vida simplemente pasa, que debe quedar solo y que tiene la dicha de que "no le fue tan mal" (aunque no tan bien como los sueños demandan). Y la segunda interpreta a una nuera que trata mejor a sus suegros que los hijos de estos. Una persona adorable y admirable (¿por qué no hay más gente como ella?).
Bueno pero a todo esto, ¿cuál es la historia? No la había mencionado porque es la parte que menos atención recibe y no es "tan complicada" como una narración actual exigiría de un filme de más de dos horas. Digamos que es sobre unos padres que viven en la provincia japonesa que visitan a sus hijos en Tokio, sus interacciones familiares y una sorpresiva muerte. Es "sencilla" pero muestra magistralmente las complicadas relaciones humanas y un montón de temas y cosas que "así pasan" (¿lamentablemente?).
¿No es la vida decepcionante? pregunta la pequeña Kyoko a la angelical Noriko en uno de los muchos inolvidables momentos. No. Con cosas como Cuentos de Tokio, no lo es.
10/10
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